
GUILLERMO HERNÁNDEZ.
❝Hello? Does anybody copy me? HELLOOOOOO! .. Ah shit, here we go again. No one, really?! ... Oh, hi buddy! It's me, Will. No, not Will Robinson. Do I sound like fucking Will Robinson to you? Will, Guillermo, Guille, '09, orange and white round pal', brown hair, handsome... Ah, right. Listen up, I'm trapped. Trapped, yeah. I know, it's just as pathetic as it sounds. Can't you just shut up for a second? Oh my god, I'm trying to get my ass saved here. A cave, again, yes. ... Wait, what? 'The hell do you expect me to do? I'm a mechanic, not a damn speleologist. Jeez, man. Please, I need your help. Oh. Did I really...? What a jerk. I know, I know. I promise your chariot will be absolutely fixed, beautiful and ready for tomorrow. What?! ... Has it really been 2 weeks since you asked me?! Listen, I'm so sorry man, But I really need your help right now. Alright, thanks. Of course, pinky promise. Sending the location. Also could you hurry up? I'm suuuuuper hungry. thanks.❞
DATA
Nombre completo: Guillermo Iván Hernández Muñoz.
Apodos: Will, Willy, Guille.
Fecha de nacimiento: 29 de enero de 2013.
Signo: Acuario.
Lugar de nacimiento: Quetzaltenango, Guatemala.
Lugar de residencia en la Tierra: Los Ángeles, California, EEUU.
Estatura: 1,74m.
Peso: 75kg.
Grupo sanguíneo: AB-.
Ocupación: ingeniero aeroespacial, mecánico.
Estado civil: soltero.
HISTORIA
Nacido en la emblemática Quetzaltenango y con unos padres entusiasmados por regalarle todo el amor y cariño del mundo, la infancia de Guillermo fue como la de cualquier otro niño guatemalteco. Tras varios años de esfuerzo y algún que otro trabajo extra, sus padres lograron el objetivo con el que habían fantaseado desde que les dieron la noticia de que serían padres: mudarse a algún lugar que les ofreciera más posibilidades. En su caso, dieron justo en el centro de la diana de las oportunidades: se instalaron en Los Ángeles pocas semanas antes de que cumpliese los ocho años.
Todo iba sobre ruedas, al menos durante los primeros meses. Apenas llevaban un año, cuando el primer incidente sin importancia tuvo lugar.
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—¿Qué diablos se te estaba pasando por la cabeza, Guillermín de mi vida? —preguntó su madre de lo más indignada e incrédula, mientras lo sacaba cogido de la mano del colegio antes de la hora habitual.
—Se rió de mí, mamá. Dijo que no hablo bien inglés. ¡Él ni siquiera sabe español!
—¿Y por eso tuviste que pegarle UN PUÑETAZO?! «
Rosa no cabía en su propio asombro, después de haberse tenido que presentar en el colegio tras una llamada de la tutora de su hijo, informándole de que había tenido “un pequeño percance” con otro niño. Cuando llegó, el niño en cuestión tenía un ojo morado.
Aquella fue sólo la primera de infinidad de llamadas y problemas en los que estaría involucrado hasta un par de años después, cuando le diagnosticaron de forma definitiva un trastorno límite de la personalidad. El diagnóstico no trajo otra cosa que traer paz a la familia, pues de pronto muchas actitudes y comportamientos cobraban sentido y comenzó de inmediato con su tratamiento correspondiente, medicación incluida. No tenía por qué condicionar su vida de ninguna manera.
El instituto fue algo más complicado: era difícil que Will, como lo habían apodado sus compañeros de clase, mantuviese la concentración o interés por las clases, de por sí una persona activa , despreocupada y de lo más inquieta. Aún así, de alguna forma incomprensible, sus notas eran casi siempre excelentes, sobretodo las referentes al ámbito científico. Y en especial, las matemáticas. Fue en el penúltimo año de instituto cuando se dio cuenta de que lo suyo era un “regalo” que pocos poseían y se puso algo más en serio con los estudios, decantándose finalmente por la ingeniería aeroespacial. ¿Qué clase de niño no había soñado nunca con viajar al espacio?
Tras el instituto, ingresó en la UCLA en primero de ingeniería aeroespacial. Esto sólo duraría dos años, pues antes de comenzar el tercer curso le habrían denegado la beca y se habría convertido en un gasto inviable, aún con infinidad de trabajos de verano y la ayuda económica de sus orgullosos padres. Después de verse obligado a abandonar la carrera para la que había nacido, empezó a trabajar en un pequeño taller de la ciudad, adquiriendo su primera experiencia como mecánico. Fue de taller en taller y empleo en empleo como descubrió otra de sus grandes vocaciones: la mecánica. Lo que empezó siendo como algo pasajero, terminó obsesionándole, y fue mediante diversos cursos y especializaciones en mecánica aeronáutica como logró saciar, al menos, temporalmente el vacío de haber abandonado sus estudios a la fuerza.
Con el tiempo y el boca en boca se fue construyendo cierto renombre en la zona. Gracias a uno de sus clientes y seguidamente un gran amigo, Tommy, quien trabajaba en una escuela privada de aviación, Will se inició también en el pilotaje de pequeñas avionetas por pura diversión.
Pasados los años e infinidad de contactos y amigos hechos en el campo, la suerte llamó a su puerta de nuevo: había conseguido una carta de recomendación en otra universidad de Los Ángeles, en la cual retomaría su formación en ingeniería aeroespacial hasta finalizar sus estudios e incluso sacarse un máster justo después con excelentes calificaciones.
Apenas tenía 26 años y una larga y exitosa carrera por delante cuando Hernández cayó también en la trampa del amor por primera vez. Una vez formalizada la relación después de varios meses aquí y allá, se fue a vivir con Iwan, fotógrafo para una agencia de modelos que empezaba a ganar algo de reconocimiento y quien tenía un piso para él solo en el centro de la ciudad. A pesar de tener muchas cosas, Will siempre había sido muy honesto con todo el mundo, era algo que había aprendido de su madre. Desde el minuto uno Iwan estuvo al tanto de la enfermedad del guatemalteco, así como estuvo predispuestísimo a ayudarle y apoyarle en todo lo que necesitase, así como tener algo más de paciencia y prometió una y otra vez que no tenía por qué suponer ningún problema entre ambos si sabían gestionarlo en condiciones. Durante los dos primeros años, la relación funcionó casi a la perfección. Al tercero, las cosas empezaron a torcerse.
Con el aumento imparable del prestigio de la agencia para la que trabajaba el inglés, el trabajo se multiplicaba y con él, los viajes. Cada vez Will pasaba más y más tiempo completamente solo teniendo que conformarse con una llamada de buenas noches, y las cosas pequeñas se convertían en enormes. No fue culpa de ninguno, en realidad. Las relaciones a veces se desgastan. Y sí, también era un hecho que Will en ocasiones podía llegar a ser demasiado intenso e incluso agotador, pero no era algo que pudiese controlar mucho más allá de cumplir a rajatabla con su tratamiento y sesiones y tomarse la medicación.
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—¿Dónde estabas? Me dijiste que llegarías ayer por la noche.
—Joder Will, no empieces otra vez así. —respondió el pelirrojo recién llegado, quitándose las zapatillas y dejándose caer sobre el sofá—. Ya te he dicho que perdí el vuelo y el siguiente más temprano sin que costase una fortuna salía hoy.
—No has contestado a ninguna de mis llamadas. —señaló Will cruzado de brazos, todavía de pie—. Ni una. Nada.
—Doce en total. ¡Me has llamado doce veces! Me olvidé del cargador en el hotel y me quedé sin batería. No es una puta mentira, si quieres llama al hotel y pregunta.
—Han pasado más de 24 horas. Estaba preocupado, ¡imbécil! Podrías haberle pedido a alguien el móvil para llamarme o mandarme algún mensaje, lo que fuese. Podrías haber hecho mil cosas, joder. ¿Qué habrías hecho tú en mi lugar?
Iwan suspiró y se pasó una mano por la cara, frotándosela.
—Dejarte vivir, por ejemplo.
Will se quedó en silencio un momento. No era la primera vez que tenían una discusión así. De hecho, cada vez eran más frecuentes y en especial últimamente parecía que era lo único que hacían.
—Woah, gracias. —fue todo cuanto respondió, dejando caer los brazos y empezando a andar por el salón con tal de no tener que mirarle la cara.
Pasaron varios minutos en completo silencio, hasta que fue Iwan el que dijo algo.
—No puedo seguir haciendo esto, Will.
—¿Seguir haciendo el qué? —Sabía la respuesta. “Seguir aguantándote”—. ¿No puedes o no quieres?
—No seas así, no digas eso.
—¿Seguro que no hay nadie más? Puedes contármelo.
Aquello pareció ser la gota que colmó el vaso. Iwan se puso los zapatos y acto seguido en pie.
—¿En serio? ¿Me estás preguntando de verdad esta mierda? —Hizo una pausa, gesticulando como si estuviese a punto de explotar. Al cabo de unos segundos, lo hizo—. ¿Sabes? Creo que igual sí tenías razón. Estás como una puta cabra. «
Después de aquello, a Will no le quedó más remedio que volver a vivir en casa de sus padres. Lo cual no estaba mal del todo mal más allá de ser realmente embarazoso a los veintinueve años de edad, pues no estaba seguro de ser capaz de volver a encontrarse solo.
—Me mintió, mamá. —confesó aquella misma noche, sentado en el sofá acurrucado junto a su madre, tal y como si fuese todavía un niño. Rosa dejó un beso en su pelo, consolándolo—. Me prometió que no le importaba y que no se iría, por muy difícil que fuese. Y no lo hizo, ¿sabes? No lo hizo.
Si la brutal honestidad sobre sí mismo se había visto algo trastocada tras aquello, tampoco hacía falta admitirlo abiertamente. Tenía a su familia, no le hacía falta tener que estar preocupándose constantemente por si alguna otra persona tenía que irse. Además, igualmente nunca había sido de relaciones serias. No tenía por qué notar la diferencia.
Con suerte, los años pasaban para todos y el tiempo todo lo curaba, o eso decían. Fue gracias a sus padres por lo que se enteró del proyecto de colonización de Alpha Centauri, pero la reacción no fue inmediata. La verdad es que la perspectiva de irse completamente solo para alguien como él sonaba terrible. No fue hasta varios intentos de sacar el tema durante la cena hasta que Will empezó a planteárselo como una posibilidad real.
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—Seguro que te cogerían al menos para trabajar, necesitan a gente como tú. —insistió Miguel, pasándole a través de la mesa el folleto por enésima vez. No se molestó en mirarlo, lo tenía leído y releído.
—No.
—Pasarías los exámenes sin dificultad alguna, ¡es lo tuyo! —añadió la mujer, rebosante de entusiasmo.
—Lo vuestro no. —señaló levantando la mirada del plato directamente hacia ellos, alternando la mirada entra ambos. Sus padres se miraron entre ellos. Que sus padres no pasarían aquellas pruebas jamás por mucho que les ayudase él a preparlas era un hecho irrefutable, pues ya tenían una edad y cero conocimiento en el campo. No tenía seguido seguir evitando aquella parte de la conversación, de la que sus padres siempre parecían olvidarse muy convenientemente.
—Lo sabemos.
—Es un viaje de ida. Sólo de ida. —insistió el menor, visiblemente molesto.
—Guille, cariño…
—Nosotros sólo queremos lo mejor para ti.
—¿Y lo mejor es irme a otro planeta solo? ¿Sabiendo que no os volvería a ver en la vida? ¿Estáis de coña?
Se hizo el silencio.
—Siempre quisiste viajar al espacio.
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—[...] No sé tío, están muy pesados.
Tommy le dio otro mordisco a su manzana antes de responder.
—Yo si fuese tú iría. —Se encogió de hombros. Will se volvió de inmediato hacia él, olvidándose de repente de la avioneta que estaba aterrizando en aquel momento.
—¿Qué?
—Eso.
—No sabes lo que dices. —dijo el moreno, sacudiendo la cabeza con una sonrisa.
—De hecho, sí lo sé. Es una oportunidad de la hostia. De esas que sólo pasan una vez en la vida. ¿Qué tienes que perder? Y no me digas que a tus padres, tus padres se van a morir de viejos y sólo se morirán felices si haces algo que te guste.
Will se quedó callado durante unos segundos antes de decir algo.
—Me gusta lo que hago.
—Corrijo: si haces algo que signifique algo para ti.
Otra pausa, en aquella ocasión algo más duradera.
—¿Qué vas a hacer tú?
—¿Yo? Quedarme tal y como estoy. Sería una putada hacerles eso a mi mujer y a los críos. Estamos bien así. En cambio, tú sí deberías ir. Y dejar por escrito cuántos polvos espaciales has echado para que llegase a la Tierra algún día.
Ambos estallaron en carcajadas. De alguna forma, Tommy siempre conseguía hacer que las cosas sonasen mucho más fácil de lo que realmente eran.
—Te voy a echar de menos. —confesó con una sonrisa triste una vez las carcajadas cesaron y el silencio reinó de nuevo. Tommy le dio un empujón en el hombro con el puño, que fue seguido de un abrazo. «
No había sido una decisión fácil. Había sido de hecho, una puta mierda de decisión. Su currículum era impresionante, así que el sí fue casi inmediato. Tenía una plaza asegurada en la Resolute, así como un trabajo nuevo.
Sus padres no se habían alejado mucho de la realidad: el equipo de ingenieros de la Júpiter 9, uno de tantos que trabajaba en la Resolute, se había convertido en su nueva familia. Encabezado por Jacob, eran siete en total: Sean, Collette, Eliza, Angelina, Bob y él. Y todos y cada uno de ellos imprescindibles, tanto en su trabajo a desempeñar como en el pequeño vínculo que se había creado entre ellos. Eso sí, no había nadie con quien pasase tantas horas por las noches hablando y mirando las estrellas a través del cristal como lo hacía con Angelina, ni con quien pasase tantos ratos haciendo cualquier tontería para pasar el tiempo cuando no estaban trabajando que con Bob. Si los fusionaba, eran lo más parecido que tenía a un Tommy en su nueva vida. Sin embargo, aquello también resultó ser temporal.
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No sabían exactamente qué estaba pasando. Sólo sabían que las alarmas y mensajes de evacuación no pasaban de sonar por los pasillos, y que mientras todo el mundo corría a sus Júpiters, ellos se apresuraban en la dirección contraria, requeridos en sus puestos de trabajo. Habían averías y fallos del sistema por todas partes, era una completa locura. La gente corría por toda la Resolute, mientras que ellos intentaban que no se fuese todo a pique a toda velocidad.
—¿Alguien sabe qué narices está pasando?
—Han dicho algo de un ataque de un robot. No me han dado muchas más explicaciones, sólo que nos diésemos prisa. —respondió Jacob mientras continuaba con lo suyo, al igual que el resto. Eliza soltó una carcajada.
—Venga ya. ¿Seguro que no es un alien hambriento? O espera, ya lo tengo. ¡Es Darth Vader!
Bob y Angelina se echaron a reír también.
—¿Qué tal si trabajáis más y os dejáis el club de la comedia para luego? —intervino Sean, quien trabajaba mano a mano con Collette. Eran como una especie de dúo inseparable, aunque ninguno estaba seguro de si era puro colegueo o había algo más allá de la amistad que se habían perdido.
El resto sucedió tan rápido que fue difícil de procesar. Sean fue el primero en morir. No mucho después cayó también Jacob, en un intento fallido y fatal de hacerse el héroe y salvar a todo su equipo, en especial a Bob, su pareja. Algo estúpido, teniendo en cuenta el tamaño y las capacidades del robot. De poco serviría intentar salvar la Resolute si morían todos en el intento, pero era su trabajo y por lo tanto, su deber. Que no hubiese previsto la posibilidad de que apareciese un robot asesino antes de firmar el contrato era únicamente culpa suya.
Fue cuestión de minutos y una lucha a vida o muerte el llegar a la conclusión unánime de que la mejor (y única) opción que tenían antes de que aquello terminase en una escabechina era la de evacuar también, habiendo recibido por radio además la orden explícita de hacerlo inmediatamente.
La siguiente en caer fue Collette. En su caso, fue en pleno pasillo, salvaguardando las espaldas de Eliza, quien soltó un grito ensordecedor aterrada. En su defensa, la situación que estaban viviendo no era para menos.
—¡Más deprisa! —exclamó Angelina en mitad de la carrera hacia al Júpiter, encabezada por ella, Bob y Will. Eliza iba algo más rezagada, y no había dejado de llorar desde que habían perdido a Collette.
—¡No puedo ir más deprisa! —protestó la rubia sin aliento, el robot pisándoles los talones.
Ya casi llegaban a la Júpiter, cuando el cuerpo de Eliza se separó en dos por la cintura tras un disparo del robot. No le dio tiempo a gritar antes. “Ha sido una muerte digna de Star Wars”, pensó un Will mudo y en completo estado de shock. A Angie no le acontecería un destino mucho mejor.
En cuanto llegaron, abrieron las puertas de la Júpiter. Justo antes de que Angelina pusiese el segundo pie dentro, una de las infinitas (o al menos lo parecían) pinzas del robot la atrapó por la cintura.
—¡No! No, no, no. —murmuró Will, tirando de ella con ayuda de Bob como si fuese a servir de algo.
—Tenéis que iros.
—No, no vamos dejarte aquí. No pienso a arrancar esta nave sin ti.
—Escuchadme bien, los dos. Nos necesitan allá a donde vayan. ¡Marchaos!
—He dicho que no. —insistió negando con la cabeza, con los ojos llenos de llenos de lágrimas y absolutamente preso del pánico, haciendo todo cuanto se le pasaba por la cabeza para recuperar a su amiga.
—Lo haréis bien. Estaréis bien. Prometedme que cuidaréis el uno del otro.
Bob asintió.
—Angy, no… No vamos a prometerte nada porque vas a est-----.
Las puertas se cerraron. Había sido su amiga y compañera. Al igual que ellos tenían autorización para abrirlas, también ella para cerrarlas.
Aún con los ojos llenos de lágrimas, la joven asiática esbozó una sonrisa y les sacó la lengua a través del cristal, como también el dedo corazón. No pudo escucharlo, pero lo leyó a la perfección en sus labios antes de perderla de vista: “os quiero”. «
Pasaron más de un mes a solas en la Júpiter preparada para siete personas en el planeta en el que aterrizaron hasta que dieron con alguien más de la Resolute. A la 4ª semana, ya no quedaban pastillas y los ánimos decaían.
TRIVIA
Le dan pánico las agujas.
Tiene dos cicatrices en el brazo izquierdo perfectamente visibles. Aunque pasan con facilidad por heridas aleatorias o de cualquier incidente, son autoinflingidas.
A pesar de tener la titulación de ingeniero aeroespacial y haber ejercido como tal en la Resolute, disfruta más de las labores de mecánico por el hecho de que son más manuales y le resulta mucho más dinámico y entretenido al no requerir tanta concentración. La ingeniería también le gusta, pero le agobia y satura con mucha más facilidad.
Uno de sus hobbies y talento secreto (no tan secreto en la Tierra) es cantar y tocar la guitarra. Nunca faltaba su intervención en las noches de micro abierto ni las canciones y sesiones improvisadas con amigos.
Es aficionado a la robótica. Tiene un droide construido y programado en su totalidad por él mismo al que llamó Eduardo.
Su mayor miedo es estar solo, a pesar de estarlo constantemente y disimularlo con éxito.
Tiene un cactus que le regalaron sus padres en la mesa junto al puente de mandos, así como una pequeña bandera arcoiris en una taza que utiliza de lapicero.
JÚPTER ID

THE LIST AU

ALIAS: Deus Ex Machina.
NOMBRE REAL: Guillermo Iván Hernández Muñoz.
PODERES Y DEBILIDADES. Telumkinesis. Puede crear, convocar, dar forma, manipular y usar cualquier tipo de arma con habilidad perfecta, ya sea premoderna, moderna o incluso futurista usando láser, o incluso municiones / ataques más exóticos. Si es un arma o podría improvisarse como tal, es completamente competente con ella. En ocasiones, incluso puede fabricar las armas con una pieza de sí mismo, ya sea utilizando su fuerza vital o moldeando su propia carne y hueso. Debilidades: dejando esto a un lado, es un humano completamente normal. Esto quiere decir que cualquier herida grave (balazo, corte, etc) o accidente puede acabar con él, pues no dispone de ningún tipo de inmunidad. Podría morir o quedar herido por los mismos motivos que cualquier humano normal, en lo único que se diferencia de ellos es en su don para las armas.
OBTENCIÓN DE PODERES. Will, estudiante de último año en la modalidad científico-tecnológica, se encontraba de excursión con el instituto con el motivo del futuro ingreso de los alumnos en la Universidad. La visita a Cal Tech sólo era una de tantas más que habían hecho y harían, con la intención de ayudar a los alumnos a elegir y conocer sus opciones a estudiar. Durante la visita al laboratorio, tuvo la mala suerte de ser el alumno más próximo a la doctora Robinson (todo a causa de su insaciable curiosidad y su imperiosa necesidad de estar siempre en primera fila) cuando tuvo lugar la pequeña explosión, la cual alcanzó a ambos en mayor o menor grado y cambiaría su vida para siempre. A pesar de aquel incidente, el joven Hernández terminaría estudiando ingeniería aeroespacial, siguiendo los pasos de la mujer a la que admiraba.
HISTORIA. La vida de Guillermo Hernández nunca destacó por ser precisamente normal. Criado por unos padres acérrimamente religiosos, su infancia y más adelante adolescencia estuvieron marcadas por una constante y estricta educación en valores religiosos, oraciones, domingos de misa y castigos que sólo se endurecían más y más con el paso de los años que lo único que castigaban era a un niño y adolescente normal intentando vivir una vida normal. Los gritos y reprimendas pasaron a ser largas horas encerrado en una habitación que después fue un armario, pero eso no era lo peor ni de lejos. Lo peor llegó con los golpes y el aislamiento, privándole de cualquier tipo de vida social o contacto con el exterior más allá de ir y volver al instituto o a la iglesia. Y eso sólo era antes de que sus padres hubiesen comenzado a revisarle el móvil y se hubiesen enterado de que tenía algo con un compañero de clase, porque después llegaron los “campamentos de verano” y las “sesiones de ayuda” que no eran más que terapias de conversión encubiertas en pleno siglo XXI. Will despreciaba a sus padres con todo su corazón, pero también les temía lo suficiente como para agachar la cabeza y resignarse y doblegarse ante ellos constantemente. Sin embargo, su vida dio un giro radical allá por septiembre u octubre de 2029. En plena excursión escolar, se vio afectado de primera mano junto a la doctora Maureen Robinson por una explosión en el laboratorio de Cal Tech. No fue una tontería: pasó semanas hospitalizado, pero consiguió recuperarse con éxito y salir adelante. Pero aquello no tenía nada que ver por lo que estaba con llegar, absolutamente nada. Todo empezó durante una clase de física: Howard, el matón de la clase, lo había vuelto a señalar y había empezado a reírse con sus colegas sin disimulo alguno. “Rarito”, “mojigato”, “psicópata”... y aquellas sólo eran unas pocas del sinfín de cosas que lo había llamado durante toda la secundaria. El lápiz de Will estaba sobre el pupitre, y tal y como si éste hubiese leído el pensamiento del guatemalteco, salió despedido por el aire y fue directo hacia el cuello de su compañero, clavándose a escasos centímetros de su yugular. Howard empezó a gritar y a llorar, acusándole deliberadamente aún con el lápiz en el cuello. Acusación según el profesor presente sin fundamento alguno, pues el guatemalteco se encontraba a mesas de distancia de él. Aquella fue sólo la primera de muchas más ocasiones en las que los objetos parecían leerle la mente y hacer cuanto sentía. Con un pequeño matiz: siempre resultaban ser cosas afiladas o en su defecto, peligrosas. Otro curioso (por calificarlo de alguna manera) descubrimiento fue aproximadamente un año después del primer incidente, en el que el hueso de su dedo meñique se rompió solo y de pronto en mitad de una discusión de tantas con sus padres. A parte de dolor, sintió presión: era casi como si aquel hueso quisiese salir de su propio cuerpo y coger la directa hacia el ojo derecho de su padre. Por suerte, no llegó a hacerlo. Al menos aquella vez, y la velada sólo terminó con un dedo roto. Después de unos dos años desde el accidente en Cal Tech e innumerables experimentos (algunos más desagradables que otros) e “incidentes”, Will llegó a una conclusión tan aterradora como fascinante: tenía poderes. No tenía muy claro cuáles ni sabía exactamente cómo funcionaban, pero era la única explicación que podía darle a todo lo que había estado ocurriendo recientemente en su vida. Y entonces, llegó el punto de no retorno. Guillermo estaba a punto de cumplir los diecinueve años y su vida seguía siendo una pesadilla. Cuanto más crecía, más testarudo se hacía y menos temía el protestar ante la dureza de sus padres, por mucho dolor que aquello tuviese como consecuencia. Aquella sólo era una pelea de muchas otras, con la cocina como escenario principal. Su padre le asestó un golpe en la cara bajo la atenta e impasible mirada de su madre, quien trataba de explicarle que Dios no vería con buenos ojos que fuese a ninguna fiesta de pecadores. Estaba harto. Empezó a gritarles y de pronto, uno de los cuchillos de cocina fue directo a parar entre ceja y ceja de su progenitora, quien se quedó tan atónita como él mismo antes de caer redonda al suelo, dejando un charco de sangre. Su padre empezó a maldecirle y a gritarle que llevaba al diablo dentro, pero dejó de hablar tan pronto como su propia pistola recorrió el pasillo levitando y se detuvo junto a su sien, cargándose sin nadie sosteniéndola. “Guillermo, por favor, no lo hagas”. Técnicamente no lo hizo, pero su padre murió al momento cuando aquella bala atravesó su cráneo y acto seguido su cerebro. Tras unos cuantos segundos, las alteradas pulsaciones del joven se relajaron por completo y llamó a emergencias. “Mi padre ha matado a mi madre y después se ha suicidado”, relató, con un llanto perfectamente creíble. Empezar una nueva vida sin las dos personas que más dolor le habían causado fue lo más fácil que había hecho en sus 19 años de edad. Claro que, sus padres no serían las únicas personas con las que estuviese resentido, siendo que en el mundo todavía vivían millones de fanáticos. Durante los primeros años su rencor y resentimiento se extendía sólo hacia sacerdotes, hermanas o cualquier persona que estuviese directamente al servicio de Dios. Con el paso del tiempo descubrió que no sólo aquella, sino cualquier religión que tuviese cabida en el mundo era un cáncer. Y él era el elegido para poner fin a todas y cada una de ellas, o esa era la versión que se había formado en su cabeza. Los asesinatos puntuales y a personas muy concretas que consideraba culpables de todos aquellos males se fueron convirtiendo poco a poco en eventos perfectamente planeados y premeditados, que no eran más que masacres de manual. Unos diez años después y tras innumerables siniestros atribuidos a la misma entidad inexplicable, aquel nombre apareció por primera vez: “El diablo se viste de Deus Ex Machina: mueren 83 personas en un tiroteo en la misa de una iglesia a las afueras de Nueva York. El sospechoso sigue sin identificar”. Aquel pseudónimo le gustó tanto que recortó el artículo de la portada de un periódico y lo colgó en la pared. Para la gente con sensatez, Deus Ex Machina no era más que un terrorista descerebrado de un nivel de peligrosidad aterradora. Para él era el verdadero comienzo, un baño de masas, el compás moral del universo: el único y auténtico Dios entre un mar de mortales estúpidos. Lo que empezó como una pequeña purga contra extremistas religiosos terminó por convertirle con el tiempo en un despiadado asesino que se escudaba y justificaba todavía a sí mismo tras su aversión hacia cualquier tipo de religión o figura religiosa. A fecha de hoy, toda persona ha oído hablar sobre Deus Ex Machina y se le reconoce como psicópata/ente del mal a nivel mundial, pero nadie conoce su verdadera identidad o si realmente se trata de una persona.